jueves, 4 de marzo de 2010

redémuntok

"Fue de pronto un cambio muy agradable. En poco tiempo había logrado pasar de la pesadilla interior con Montano a una sensación de felicidad exterior allí frente al Pacífico. También yo era, si así quería pensarlo, una persona interesante. Creí oír un foxtrot, miré al cielo y confirmé que había luna llena. No hay, pensé, como estar solo en la noche. Decidí buscar algún recuerdo estimulante de algún otro diario íntimo. Propenso como soy a pensarlo todo en literatura, no tardé nada en encontrar ese nuevo recuerdo, me vino a la memoria una escena parecida a la de Connolly, en este caso una página del diario de André Gide, donde podía más o menos leerse:'Aunque sea demasiado silencioso, me gusta viajar en este vagón de tren en compañía de Fabrice (atención: Gide se refiere a sí mismo). Hoy. que viaja en primera clase, con un traje nuevo de un corte insólito y bajo un sombrero que le sienta prodigiosamente bien, se aborda con asombro en el espejo y se seduce, se encuentra la persona más interesante del mundo'.
Algo engreído sin un claro motivo y al mismo tiempo eufórico, decidí dar una vuelta por los alrededores de la casa, di unos cuantos pasos en la noche, dos, cuatro, ocho. En dos o tres minutos, casi sin darme cuenta, comenzó a quedar atrás el conjunto de casas de madera que componían Tunquén. Al salir a campo abierto comenzó a soplar un viento un tanto molesto. Propenso como soy a pensar en literatura, me acordé de Goethe: '¿Quién deambula tan tarde en la noche y el viento?'. Como es lógico, nadie me contestó, y el silencio mezclado con las leves ráfagas de viento empezó a quitarme tanto el engreimiento como la euforia. Sin meditar bien lo que hacía, empecé a ascender por una empinada cuesta creyendo que al llegar a su cima no encontraría ninguna otra casa, no encontraría nada más, no habría nada al otro lado, del mismo modo -me decía yo, un tanto sofocado- que no hay nada después de la muerte. Pero sí había algo.
A cien metros, en la iluminada planta baja de una casa, se veía a unos jóvenes conversando muy animadamente. Escondiéndome entre los árboles y al amparo de las sombras de la noche, fui aproximándome a la casa con la intención de tener a aquellos jóvenes más cerca y tal vez poder escuchar o espiar lo que decían, fui aproximándome a un lugar que yo entendía que era discreto y sobre todo muy estratégico y donde yo pensaba que podría verse y oír todo, pero cuando llegué a él no tardé en darme cuenta de que me había equivocado y que si quería espiar la casa debía aproximarme más, con el riesgo que eso significaba, aparte de que daba miedo acercarse sigilosamente entre las sombras, pues uno podía acabar siendo descubierto y tomado por un ladrón o, en cualquier caso, por un extraño, posiblemente peligroso, visitante. Pero la curiosidad -como suele decirse desde que lo dijera Borges- pudo más que el miedo. Y me acerqué mucho, tanto que me llevé de golpe una gran sorpresa al descubrir que no eran jóvenes las personas de la reunión animada sino viejos, viejos más bien muy viejos y que parecían -pensé- salidos directamente de un relato de género fantástico."

Enrique Vila-Matas, El mal de Montano.
Diseño del cartel: redémuntok

miércoles, 3 de marzo de 2010