martes, 24 de julio de 2012

Invitación. Mi otro blog.

He estado aquí mostrándoos las exposiciones que he organizado en la Tetería 4 Gatos durante algunos años en los que también os he animado a acercaros a algunas de las literaturas que más me gustan.
Ya os he contado que la Tetería cerró sus puertas a mediados del mes de mayo.Os voy a dejar esta pequeña nota que un periodista amigo le dedicaba entonces al establecimiento que entonces cerraba. Mira este artículo 
Por ahora, he dejado de organizar exposiciones. Pero eso no quiere decir que no vaya a seguir visitándolas (ahora incluso más que de lo que lo hacía antes!!).  Ni tampoco que vaya a dejar de buscar nuevas formas de arte, comunicación y expresión. Así que prometo seguir 'posteando' lo que pueda ir descubriendo por ahí.
También seguiré leyendo todo lo que caiga en mis manos. También prometo que seguiré informándoos de todo lo que me parezca interesante.
Es cierto que ahora el blog será otro. Lo que antes ha sido su razón ya no será. Pero su alma y su esencia seguirán siendo las mismas. Parece entonces cierto que estos elementos sí sean inmortales! 

Durante todo el tiempo que la Tetería estuvo abierta no siempre hubo exposiciones. Pero durante todo ese tiempo allí he cocinado y ofrecido mis tartas y dulces. Y esto sí voy a seguir haciéndolo. Para seguir informando a todos los seguidores de mi cocina he abierto un nuevo blog al que os invito a uniros. También podéis seguir mis movimientos en esta página de facebook. Así que no hay excusas para que no sigamos en contacto. ¡Espero seguir contando con vuestro interés!

lunes, 2 de julio de 2012

CRISOL: Una exposición resumen de 18 años de Tetería 4 Gatos.

Desde 1993 hasta 2012.
Años de historia condensada de una serie de exposiciones que se cierran con esta colectiva que ha mostrado los fondos de arte que han ido quedando de buena parte de los artistas que han pasado por las paredes del local.
Esta era una exposición que estaba en proyecto desde hacía tiempo, como ilustración de cuál ha sido la trayectoria de las muestras que han sido a lo largo de este tiempo. Al final, ha coincidido con el cierre definitivo del local. Aunque la idea primera no era esta, ha sido un gran colofón  a toda esta historia de arte que a lo largo de los años ha sido.
Por cuestiones de espacio no han podido estar todos los artistas que han colgado sus obras en la Tetería 4 Gatos en todo este tiempo. Para esto, nada mejor que el archivo de este mismo blog. Pero la muestra resultó ser una síntesis bastante precisa de estilos, técnicas y artistas que se han mostrado durante más de una década en nuestros muros.




Este par de imágenes son ilustrativas de la  exposición. Muy variadas expresiones. Técnicas. Artistas.


Esta es una obra de Nicolás Vázquez Torres, 'Mondrian a la 7 a.m.'. Es un collage sobre lienzo, pintado con acrílicos. De este artista no os puedo dirigir a otra entrada en el blog, aunque puede haber alguna obra suelta en alguna de las exposiciones colectivas que se muestran en este sitio.


Esta obra de Julio María Castilla Arocha se titula 'Mensaje en la botella'. La obra es una técnica mixta sobre madera, con diversos materiales, algunos de ellos reciclados.Y de él sí podéis ver más obras aquí y aquí. También podéis leer este artículo sobre su obra.


Este políptico es obra de 2perro, un tándem de artistas formado por Leto y Santi Cervera. Óleos sobre lienzo. Aquí podéis ver otras obras de este grupo.


Tampoco puedo ofreceros más obras del autor de esta obra. Se trata de Lucio Gat. Pero de él si tenéis más muestras en este blog. Se trata del autor de buena parte de los diseños de los carteles de las exposiciones. Esta obra es un acrílico sobre lienzo.


La autora de este grabado es Ana Sánchez. Ha estado colgado durante años en el local y la elegí para abrir la exposición. No hay enlace en el blog a más obras suyas.




Esta pieza es obra de Jorge Barrero es un óleo sobre madera. Os dirijo a este enlace, donde podréis ver más obras de este autor.




Obra de Leto, 'Mi corazón de lunares'. Es técnica mixta sobre papel. 




Aguada sobre papel. Es una obra de M Ángeles Garrido.




Obra sin título de Santi Cervera. Técnica mixta.




Un acrílico sobre lienzo de Raquel Macías. Aquí y también aquí podéis ver otras obras de la artista. Yun breve artículo sobre ella y su obra.




'Mi corona', es una obra de Blanca Orozco. Es una técnica mixta sobre lienzo.




Acrílico sobre tela. Esta pequeña obra de Alberto Ceballos pertenece a la serie 'Quién teme al rojo feroz'. Podéis ver más obra aquí. También es el diseñador de algunos de los carteles que ilustraron nuestras exposiciones.




Óleo sobre madera. Se trata de una obra de Paco Macías. Os remito a este enlace, donde podéis encontrar más obra del artista.




De la serie 'Flytime', acuarela sobre lienzo. Es obra de Pablo Fdez-Pujol.


Collage y tinta sobre papel. La obra es de Ismael Pinteño. Otras obras del artista las podéis ver si accedéis a este enlace.


'El Gato de Cheshire en el Tempietto de San Pietro in Montorio' es un grabado de Antonio Álvarez Gordillo.  Hay más obras de este artista en este enlace.


'Ida y vuelta'.Obra de Javier Plata 'Pistoles'. Fotografía con tratamiento digital.

Hasta aquí este repaso a la que fue la última exposición en la 4 Gatos. He tardado un poco en incluir esta referencia, por lo que os pido disculpas. También me disculpo por haber sido tan críptico... Pero si os apetece leer un poco más os remito a este artículo de Sandra Balvín que resume un poco el espíritu que acompañó esta sala durante todos estos años.

sábado, 11 de febrero de 2012

Raquel Macías: 'Niñas y otros animales'

Mi profesora me hizo sentarme al lado de la única musulmana de la escuela. Dijo Ésta es Sunya y se me quedó mirando al ver que yo no me sentaba. Los ojos de la señora Farmer no son de ningún color. Son más pálidos que el gris. Parecen televisores mal sintonizados en los que todo se ve borroso. Tiene una verruga en la barbilla y del centro le salen dos pelos rizados. No le costaría mucho quitárselos. A lo mejor es que no sabe que los tiene. O a lo mejor a ella le gustan. Hay algún problema dijo la señora Farmer y toda la clase se volvió para mirarme. Yo quería gritar Los musulmanes mataron a mi hermana pero tampoco me pareció lo más adecuado antes de haber dicho Hola o Me llamo Jamie o Tengo diez años. Así que me senté justo al borde de la mesa y traté de no mirar a Sunya.
   Papá se pondría como un loco si lo supiera. Él cree que lo mejor de habernos ido de Londres es que nos hemos alejado de los musulmanes. En el distrito de los Lagos no hay ni un extranjero de esos dijo. Nada más que británicos de verdad que se ocupan de sus propios asuntos. En Finsbury Park los había a miles. Las mujeres llevaban por la cabeza esas telas que parecían que se habían disfrazado de fantasmas sin esperar a Halloween. Al final de la calle en la que estaba nuestro piso había una mezquita y los veíamos a todos ir a rezar. Yo tenía un montón de ganas de echarle un ojo por dentro, pero papá me dijo que ni se me ocurriera acercarme.
   Mi nueva escuela es enana. Está rodeada de montañas y de árboles y por delante de la puerta principal pasa un arroyo de modo que cuando estás en el patio se oye un gluglú como cuando el agua se va por el desagüe. Mi escuela de Londres estaba en una calle importante y lo único que se oía, se veía y se olía era el tráfico.
   Cuando hube sacado el estuche, la señora Farmer dijo Bienvenido a nuestra escuela y todo el mundo aplaudió. Dijo Cómo te llamas y yo dije Jamie y ella dijo De dónde vienes y alguien murmuró Del país de los pringaos pero yo dije De Londres. La señora Farmer dijo que a ella le encantaría ir de excursión a Londres pero que estaba demasiado lejos para ir en coche y de pronto se me encogió el estómago porque me pareció que mamá estaba a miles de millas de distancia. Dijo Todavía no nos ha llegado de tu antigua escuela tu expediente, así que por qué no nos cuentas algo interesante sobre ti. No se me ocurría nada interesante que decir. Así que la señora Farmer dijo Cuántos hermanos sois y tampoco fui capaz de responderle a eso porque no sabía si Rose contaba o no. Todo el mundo se echó a reír y la señora Farmer dijo Chssst, niños y luego me preguntó Bueno, tienes algún animal. Yo dije Tengo un gato que se llama Roger. La señora Farmer sonrió y dijo Sí señor, Roger es un nombre precioso para un pato.


                                              Annabel Pitcher: Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea.

Niñas y otros animales








domingo, 11 de diciembre de 2011

Un relato para Gastroarte.

GORDO
    Estoy sentada ante un café y unos cigarrillos en casa de mi amiga Rita, y se lo estoy contando.
    He aquí lo que le cuento.
    Es ya tarde, un aburrido miércoles, cuando Herb sienta al hombre gordo en una de mis mesas.
    Este gordo es la persona más gorda que he visto en mi vida, aunque tiene aspecto pulcro y viste con elegancia. Todo en él es grande. Todo lo que mejor recuerdo son sus dedos. Cuando me paro en la mesa contigua a la suya para atender a la pareja de viejos, me fijo ante todo en sus dedos. Parecen tres veces más grandes que los de una persona corriente... dedos largos, gruesos, de aspecto cremoso.
    Estoy atendiendo a mis otras mesas: un grupo de cuatro hombres de negocios, gente muy exigente, otro grupo de cuatro, tres hombres y una mujer, y la pareja de viejos. Leander le ha servido el agua al gordo, y yo le dejo tiempo de sobra para decidirse antes de acercarme.
    Buenas tardes, digo. ¿Le atiendo ya?, digo.
    Rita, era grande. Y quiero decir grande de verdad.
    Buenas tardes, dice. Hola. Sí, dice. Creo que estamos listos para pedir, dice.
    Tiene esa forma de hablar... extraña, ¿sabes a lo que me refiero? Y de cuando en cuando suelta un ligero resoplido.
    Creo que empezaremos por una ensalada César, dice. Y luego una sopa y más pan y mantequilla, si hace el favor. Tomaré las chuletas de cordero,creo, dijo. Y patatas asadas con nata agria. Luego veremos el postre. Muchas gracias, dice, y me devuelve la carta.
    Dios, Rita, aquellos sí que eran dedos...
    Me voy deprisa a la cocina y le entrego la nota a Rudy, que la coge con una mueca. Ya conoces a Rudy. Rudy es así cuando trabaja.
    Al salir de la cocina, Margo, ¿te he hablado de Margo?, ¿la que anda detrás de Rudy? Pues Margo me dice: ¿quién es ese amigo tuyo tan gordo? Es un auténtico fati.


    Bien, pues tiene que ver con eso. Seguro que tiene que ver con eso.
    Le preparo la ensalada César allí mismo, en la mesa, y él sigue con la mirada cada movimiento mío, y mientras me mira va untando trozos de pan con mantequilla y los va dejando a un lado, y soltando resoplidos todo el tiempo. El caso es que estoy tan nerviosa o lo que sea que vuelco su vaso de agua.
    Perdón, lo siento, digo. Pasa siempre cuando se hacen la cosas deprisa. Lo siento mucho, digo. ¿Está usted bien?, digo. Le mando al chico a limpiar esto al instante, digo.
    No es nada, dice él. Está bien, dice, y resopla. No se preocupe, no nos importa, dice. Sonríe y hace un gesto con la mano mientras voy en busca de Leander, y cuando vuelvo a servirle la ensalada veo que el gordo se ha comido todo el pan con mantequilla.
    Al poco, cuando le traigo más pan y mantequilla, se ha acabado la ensalada. ¿Sabes el tamaño de esas ensaladas César?
    Muy amable, dice. El pan está delicioso, dice.
    Gracias, digo.
    Bien, es buenísimo, y no lo decimos por decir. No solemos tener ocasión de comer panes como este, dice.
    ¿De dónde es usted?, le pregunto. No creo haberle visto antes por aquí, digo.
    No es el tipo de persona que se olvida, dice Rita con una risita.
    De Denver, dice.
    Aunque siento curiosidad, no indago más sobre el tema.
    Le traeré la sopa enseguida, señor, digo, y voy a dar los últimos toques a la mesa de los cuatro hombres de negocios, que son gente muy exigente.
    Cuando le sirvo la sopa veo que el pan ha vuelto a desaparecer. Se está metiendo en la boca el último trozo.
    Créame, no tenemos ocasión de comerlo tan bueno muy a menudo, dice. Y resopla. Tendrá que disculparnos, dice.
    Ni lo piense, por favor, digo yo. Me gusta ver a la gente que disfruta comiendo, digo.
    No sé, dice. Supongo que podríamos llamarlo disfrutar. Y resopla. Se pone la servilleta. Luego coge la cuchara.
    ¡Dios, qué gordo es! Dice Leander.
    No puede evitarlo, digo, así que calla la boca.
    Le pongo en la mesa otra cestita de pan y más mantequilla. ¿Qué tal ha estado la sopa?, le pregunto.
    Gracias. Buena, dice. Muy buena, dice. Se limpia la boca y se da unos golpecitos en la barbilla. ¿Hace calor aquí, o es impresión mía?, dice.
    No, hace calor, digo yo.
    Puede que nos quitemos la chaqueta, dice él.
    Adelante, digo. Lo mejor es ponerse cómodo, digo.
    Cierto, dice, muy cierto, muy pero que muy cierto, dice.
    Pero al rato veo que sigue con la chaqueta puesta.
    Mis mesas de grupo se han vaciado, y también la de la pareja de viejos. Los clientes se van yendo. Para cuando le sirvo al hombre gordo las chuletas de cordero con patatas asadas, y más pan con mantequilla, sólo queda él en el local.
    Le echo montones de nata agria sobre las patatas. Le echo bacon desmenuzado y cebollino sobre la nata. Le traigo más pan y mantequilla.
    ¿Todo bien?, le pregunto.
    Muy bien, dice, y resopla. Excelente, gracias, dice, y vuelve a resoplar.
    Disfrute de la cena, digo. Levanto la tapa del azucarero y miro dentro. Él asiente y se queda mirándome hasta que me retiro.
    Ahora sé que yo estaba buscando algo. Pero no sé qué.
    ¿Qué tal va la bola de sebo? Te va a desgastar las piernas, dice Harriet. Ya conoces a Harriet.
    De postre, le digo al hombre gordo, tenemos el Especial Faro Verde, que es un pastel de bizcocho con crema, o tarta de queso o helado de vainilla o sorbete de piña.
    ¿No le estaremos retrasando?, dice, resoplando y con aire preocupado.
    En absoluto, digo. Desde luego que no, digo.Coma tranquilo, digo. Le traeré más café mientras se decide.
    Le seremos sinceros, dice. Y se mueve en su asiento. Nos apetece el Especial, pero creo que también nos tomaremos un helado de vainilla. Con un toque de chocolate líquido, si hace el favor. Ya le dijimos que teníamos apetito, dice.
    Voy a la cocina y le preparo yo mismo el postre, y Rudy dice: Harriet dice que tienes en una mesa a un gordo del circo. ¿Es cierto?
    Rudy ya no lleva el delantal ni el gorro, ya me entiendes.
    Rudy, es gordo, digo, pero eso es todo.
    Rudy se limita a reir.
    Me da la sensación de que a esta chica le gusta el gordo, dice.
    Ya puedes tener cuidado, Rudy, dice Joanne, que acaba de entrar en la cocina.
    Me estoy poniendo celoso, le dice Rudy a Joanne.
    Pongo el Especial ante el hombre gordo, y un gran helado de vainilla con chocolate líquido a un lado.
    Gracias, dice.
    De nada, digo, y entonces me invade como una sensación.
    Lo crea o no, dice, no hemos comido siempre así.
    Yo, por más que como, no logro engordar, digo. Me gustaría ganar peso, digo.
    No, dice. Nosotros, si pudiéramos elegir, diríamos no. Pero no hay elección.
    Y coge la cuchara y come.
    ¿Qué más?, dice Rita, encendiendo un cigarrillo de mi cajetilla y acercando la silla a la mesa. La cosa se ha puesto interesante, dice.
    Nada más. Eso es todo. Se come el postre, luego se va y Rudy y yo nos vamos a casa.
    Qué tío gordito, dice Rudy, estirándose como suele hacer cuando está cansado. Luego se echa a reír y sigue viendo la tele.
    Pongo a hervir agua para el té y me doy una ducha. Me toco la tripa y me pregunto qué pasaría si tuviese niños y me saliese uno como ese, tan gordo.
    Echo el agua en la tetera, pongo las tazas, el azucarero, el cartón de half and half, y llevo la bandeja a donde Rudy. Como si hubiera estado pensando en ello, Rudy dice: Conocí una vez a un gordo, un par de gordos, gordos de verdad, de chico. Eran unos gorditos rellenos, santo Dios. No recuerdo sus nombres. Gordo, ese era el único nombre que tenía aquel chico. Le llamábamos Gordo, al chico que vivía en la casa de al lado. Era mi vecino. El otro chico gordo vino después. Se llamaba Wobbly. Todo el mundo le llamaba Wobbly menos los profesores. Wobbly y Gordo. Me gustaría tener fotos suyas, dice Rudy.
    No se me ocurre nada que decir, así que tomamos el té y al poco me levanto para ir a la cama. Rudy se levanta también, apaga la televisión, cierra con llave la puerta principal y empieza a desabrocharse los botones.
    Me meto en la cama y me aparto hasta el borde de mi lado y me pongo boca abajo. Pero en seguida, en cuanto apaga la luz y se mete en la cama, Rudy empieza. Me pongo boca arriba y me relajo un poco, aunque es contra mi voluntad. Pero ocurre una cosa, la siguiente: cuando lo tengo encima, de pronto me siento gorda. Me siento terriblemente gorda, tan gorda que Rudy se convierte en algo diminuto que apenas siento encima.
    Curioso lo que me cuentas, dice Rita, pero veo que no sabe qué diablos sacar en limpio.
    Me siento deprimida. Pero no le digo nada a Rita. Ya le he contado bastante.
    Se queda allí sentada, esperando, y sus delicados dedos juegan con el pelo.
    ¿Esperando qué? Me gustaría saberlo.
    Es agosto.
    Mi vida va a cambiar. Lo presiento.
                                                                      Raymond Carver, extraído de '¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?'

sábado, 10 de diciembre de 2011

GASTROARTE, exposición colectiva.


Obras de Leto, 2perro, Santiago Cervera y Rodrigo Vázquez.
 


Obra de Rachel Fountain Morris, Granada.

Camareros, por Víctor Jerez.

Niña con mango, de Raquel Macías.

Al fondo, obra de Amanda Alonso: 'Seré lo que comí'.


Serie 'Poemas Transgénicos', por Alberto C.

Julio M Castilla Arocha, 'Viva San Día al día'.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Ismael Pinteño Visuara: ON PAPER

La función en el Teatro Carlota empezaba a las ocho y proseguía en sesión continua, hasta las dos de la madrugada, aunque el horario de cierre solía experimentar variaciones dependiendo de la afluencia de público y del ánimo de los artistas. Si un espectador llegaba a las ocho, con el mismo boleto podía ver varias veces el show o dormir hasta que el acomodador lo echara ya entrada la madrugada, cosa que solían hacer los campesinos de paso por Santa Teresa que se aburrían en las pensiones o, más comúnmente los chulos de las putas que trabajaban en la calle Mina. los que iban a disfrutar del espectáculo se sentaban por regla general en la platea. los que iban a dormir o a hacer negocios se acomodaban en la galería. Allí las butacas estaban menos desvencijadas que abajo y la iluminación era menor, de hecho la mayor parte del tiempo la galería estaba sumida en una penumbra impenetrable, al menos desde los asientos de platea, rota únicamente cuando el iluminador de algún número bailable hacía jugar de forma más bien caótica los reflectores. Entonces los haces de luz roja, azul y verde iluminaban cuerpos de hombres dormidos, parejas entrelazadas y corros de macrós y ladrones de poca monta comentando las incidencias del atardecer y del anochecer. Abajo, en la platea, el ambiente era radicalmente distinto. La gente iba a divertirse y llegaban buscando los mejores asientos, los más cercanos al escenario, cargados con latas de cerveza y surtidos de sandwiches y mazorcas de maíz que comían, previamente embadurnadas de mantequilla o crema y espolvoreadas de chile o queso, ensartadas con un palito. Aunque el espectáculo era para mayores de dieciséis años no era raro observar parejas que llegaban acompañadas de sus hijos pequeños. Los niños, según el criterio de la taquillera, no eran aún demasiado mayores como para que el show pudiera afectarles en su integridad moral y sus padres, por carecer de niñera, no tenían por qué perderse el milagro de la voz ranchera de Coral Vidal. lo único que se les pedía -a ellos y a sus progenitores- era que no trotaran demasiado por los pasillos mientras se desarrollaban los números artísticos.
   Esa temporada las estrellas eran Coral Vidal y el famoso y viejo mago Alexander. El striptease comunicativo, que fue lo que llevó a Amalfitano al Teatro Carlota, era, en efecto, algo de apariencia nueva, al menos en teoría, fruto de la inventiva del coreógrafo y primo hermano del propietario y empresario del Teatro Carlota. Pero en la práctica no funcionaba, aunque su creador se negaba a admitirlo. Consistía en algo bastante simple. Las striptiseras salían completamente vestidas y provistas, asimismo, de un juego de ropa extra que tras mucho pelear y porfiar embutían encima de la ropa de un voluntario más bien remiso. Luego comenzaban a quitarse sus prendas mientras que el espectador que se había prestado al número era invitado a hacer lo mismo. Esto terminaba cuando las artistas quedaban en cueros y el voluntario por fin lograba deshacerse, con torpeza y en ocasiones con violencia, de sus ridículas túnicas y ropajes.
   Y eso era todo y si no hubiera aparecido súbitamente, casi sin transición y sin presentación ninguna, el famoso mago Alexander, Amalfitano y Castillo se habrían marchado decepcionados. Pero el mago Alexander era otra cosa y hubo algo en su forma de entrar en el escenario, en su forma de moverse y en la manera en que miró a los espectadores de la platea y de la galería (un vistazo de viejo melancólico, pero también un vistazo de viejo con mirada de rayos X que comprendía y aceptaba por igual a los entendidos en los juegos de manos, a las parejas de obreros con niños y a los macrós que lanzaban desesperanzadas estrategias de largo alcance) que hizo que Amalfitano se mantuviera pegado a su butaca.
   Buenos días, dijo el mago Alexander. Buenos días y buenas noches, amable público. De su mano izquierda brotó una luna de papel, de unos treinta centímetros de diámetro, blanca con estrías grises, que comenzó a elevarse, sola, hasta quedar a más de dos metros de su cabeza. Por su acento, Amalfitano comprendió rápidamente que no era mexicano, ni latinoamericano o español. El globo, entonces, explotó en el aire y de su interior cayeron flores blancas, claveles blancos. El público, que parecía conocer al mago Alexander de otras funciones y estimarlo, aplaudió generosamente. Amalfitano también quiso aplaudir, pero entonces las flores se detuvieron en el aire y, tras una breve pausa en la que permanecieron detenidas y temblorosas, se reordenaron formando un círculo de un metro y medio de diámetro alrededor de la cintura del viejo. La cosecha de aplausos fue aún mayor. Y ahora, distinguido y respetable público, vamos a jugar un poquito a las cartas. Sí, el mago era extranjero y de otra lengua, pero de dónde, pensó Amalfitano, y cómo ha venido a parar a esta ciudad perdida siendo tan bueno como es. Tal vez sea texano, pensó.
   El truco de las cartas no era nada espectacular, pero consiguió interesar a Amalfitano de una forma extraña, que ni él mismo comprendía. En el interés había expectación, pero también miedo. El mago Alexander, al principio disertaba desde arriba del escenario, con una baraja que tan pronto estaba en su mano derecha como en su mano izquierda, sobre las virtudes del buen jugador de naipes y sobre los peligros sin cuento que a éstos acechaban. Una baraja, salta a la vista, decía, puede llevar a un honrado trabajador a la ruina, a la indignidad y a la muerte. A las mujeres las lleva a la perdición, ya me entienden, decía guiñando un ojo pero sin perder el aire solemne. Parecía, pensó Amalfitano, un predicador televisivo, pero lo más curioso era que la gente lo escuchaba con interés. Incluso arriba, en la galería, algunos rostros patibularios y soñolientos se asomaban para seguir mejor las evoluciones del mago. Éste se movía, cada vez con mayor decisión, primero sobre el escenario y después por los pasillos dela platea, siempre hablando de las cartas, de la némesis de las cartas, del gran sueño solitario de la baraja, de los mudos y de los charlatanes, con ese acento que no era, definitivamente, texano, mientras los ojos de los espectadores lo seguían en silencio, sin comprender, supuso Amalfitano (él tampoco lo entendía y tal vez no hubiera nada que entender), el sentido de la perorata del viejo. Hasta que de pronto se detuvo en medio de uno de los pasillos y dijo vamos a empezar, ya está bien, no les robo más paciencia, vamos a empezar.
   Lo que sucedió a continuación dejó a Amalfitano boquiabierto. El mago Alexander se acercó a un espectador y le pidió que buscara en el bolsillo de su pantalón. El espectador eso hizo y al salir su mano llevaba una carta. De inmediato el mago instó a otra persona de la misma fila, pero mucho más alejada, que hiciera lo mismo. Otra carta. Y luego otra, en otra fila, y todas las cartas iban formando, coreadas por las voces de los espectadores, una escalera real de corazones. Cuando solo faltaban dos cartas, el mago miró a Amalfitano y le pidió que buscara en su billetera. Está a más de tres metros, pensó Amalfitano, si hay truco debe ser muy bueno. En su billetera, entre una foto de Rosa a los diez años y un papel amarillento y arrugado, encontró la carta. ¿Qué carta es, señor?, dijo el mago mirándolo fijamente y con ese acento tan peculiar que a Amalfitano le costaba tanto identificar. La reina de corazones, dijo Amalfitano. El mago le sonrió como le hubiera hecho su padre. Perfecto, señor, gracias, dijo, y antes de darle la espalda le guiñó un ojo. Era un ojo ni grande ni pequeño, de color marrón con manchas verdes. Luego avanzó un paso seguro, diríase triunfal, hasta la fila en donde dos niños dormían en brazos de sus padres. Tenga el favor de descalzarme a su hijito, dijo. El padre, un tipo flaco y nervudo y de sonrisa amable, descalzó al niño. En el zapato estaba la carta. A Amalfitano se le cayeron las lágrimas y los dedos de Castillo rozaron con delicadeza su mejilla. El rey de corazones, dijo el padre. El mago asintió con la cabeza. Y ahora el zapato de la niñita, dijo. El padre descalzó a la niña y mostró en el aire otra carta, para que todo el mundo la viera. ¿Y qué carta es esa, señor, si es tan atento? El comodín, dijo el padre.


                                                                Roberto Bolaño, Los sinsabores del verdadero policía.